Yupanqui, Falú y los primeros grupos vocales – 4ta Parte

Yupanqui, Falú y los primeros grupos vocales – 4ta Parte

La segunda parte de los sesenta

El antecedente de este Chango radicado en La Plata era el conjunto Los Sin Nombre, con los que actuó algo más de dos años. El productor e impulsor en sus inicios fue Hernán Figueroa Reyes.

Otros indiscutidos históricos, como Los Hermanos Abalos, presentan sobre el escenario coscoíno a una muy atractiva salteña, apenas salida de la adolescencia, que canta con el acompañamiento de los grandes santiagueños y logra un impacto espectacular: Julia Elena Dávalos.

La hija del célebre Jaime no tarda en grabar discos como solista y granjearse la adhesión pública por su desenvoltura y donaire típicamente criollos. Su encanto la lleva también a participar como conductora en programas de televisión, entregándole al medio una impronta de ternura y agradables maneras.

El año 1963 marca la culminación de la estructura original de Los Huanca Hua: Hernán Figueroa Reyes, la primera voz, abandona el grupo. Y a comienzos de 1965 estructura su primer trío, con Emilio Martínez Bocha, a la postre partícipe de los Huanca Hua en los ’80 (guitarrista), y el firmante de este trabajo (bombista).

Es un despegue meteórico. Asentado en una personalidad seductora y un timbre de voz personal, incluye en su repertorio nuevas obras de fuerte color nativista.

Es la Plaza Próspero Molina la que le da la consagración, con tal énfasis que “El corralero” (Sergio Sauvalle) se transforma en el mayor suceso de ventas discográficas de 1966.

Le siguen «Zamba del cantor enamorado”, “El tata está viejo», «Tendrás un altar»… Una participación protagónica en la película «Ya tiene comisario el pueblo», interpretada por Niní Marshal y Ubaldo Martínez. En televisión, conduce un ciclo musical junto a los más consagrados colegas de aquellos momentos, mostrando siempre una inagotable vocación creadora musical y empresaria: “El Palo Borracho» y «La Peña de Olivos» fueron escenarios de gran significación, recordados ambos como bastiones en la memoria del mundo folklórico.

Muchos intérpretes encaminaron sus comienzos profesionales a partir de los argumentos de este cantor-actor-empresario.

Por ejemplo, María Helena, revelación del Festival de Música del Litoral en 1965, encantadora intérprete de música litoraleña, de un breve desempeño por su trágica muerte en un accidente automovilístico.

O Roberto Rimoldi Fraga, revelación del Festival de Baradero (Buenos Aires) en 1967, personalidad de gran llegada al alma popular, contenidos reivindicatorios y una clara postura enrolada en el revisionismo histórico. Sus canciones, armonizando con un despertar sentimental y argentinista, lo catapultaron a elevadísimos límites de popularidad.

En un plano de menor conmoción comercial y más reducida convocatoria, pero con una expresión creativa altamente valorizada, aparecen los usureros.

Son los seguidores del designio yupanqui año que, sin estridencias ni obras que arranquen palmas, dan testimonio acabado de costumbres y usos de la zona pampeana o surera -así identifican los filólogos a los patagónicos-.

Suma Paz, Víctor Velázquez y Alberto Merlo son los nombres fundamentales donde se asienta la sobria manera del relato y los ritmos gauchos característicos. Omar Moreno Palacios, Chino Martínez y Argentino Luna suman líneas y creaciones que, diferenciadas en estilos y repercusión, rubrican una nómina irreprochable de calidad y elevada responsabilidad.

Desde 1968 empieza a escribirse en esta especialidad una línea inédita, con caracteres tan singulares como arrolladores. “Cantó en Cosquín ’68 José Larralde y sus canciones llamaron la atención. Nació en la vida artística hace más de un año, sigue sin prisa y sin pausa hacia su destino artístico», documentó entonces la revista «Folklore». Fue nada más que un acierto, vaticinio exacto de la más notable sensación.

Sin complicaciones literarias, con un manejo rudimentario de la técnica musical y originalidad de enfoques, Larralde magnetizó al público. Se corporizaba el gran motor surero que categorizaría a la rebeldía y la protesta, sin proponérselo, en sus- tanciales resultados comerciales.

Por su intermedio, la milonga, la cifra y el triunfo ingresaban en las columnas de las máximas ventas. Disco de Oro, estadios repletos, premios y celebraciones recibió el autor de «El porque”, “Macho”, «Permiso», «Grito changa», «Manea» y tantas otras.

Unos meses antes, Jorge Cafrune escribía: «Canto surero, fundamentada poesía del hacer de nuestra gente de campo. De reciente promoción, y dada su juventud, estamos ante un auténtico valor, digno, pues de irlo teniendo en cuenta».

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