Yupanqui, Falú y los primeros grupos vocales – 3ra Parte

Yupanqui, Falú y los primeros grupos vocales – 3ra Parte

La segunda parte de los sesenta

Cuando se cumplían 25 años de los albores de la moda nativista, se logra una especie de estabilización: cada verano, se renuevan las expectativas de los festivales y el de Cosquín se ha convertido ya en el gran termómetro popular, impulsor de nuevas figuras y ratificador de méritos entre los conocidos.

No es una etapa de demasiadas sorpresas, por lo que aparece un deseo de renovación, que franqueará algunos caminos aún no andados. Y se produjo un nuevo impulso.

Surgen formas con alto grado de originalidad, y también de las otras. Valores de singular peso específico y también producción en serie.

Se abre un generoso capítulo donde se acrecienta el público seguidor y practicante. La incidencia de algunas obras integrales (“Coronación del folklore”, por ejemplo), lleva a aguzar el ingenio a las empresas grabadoras y los productores.

La industria del disco se instala con gran fuerza y el mercado demanda tan cantidad de música nacional coexisten folkloristas con nuevaoleros pop, que aparece incluso la necesidad de armar catálogos.

En todas las empresas multinacionales se crean departamentos de música folklórica, para atender al muy estructurado mecanismo de cobertura nacional, con pautas de promoción y una necesidad de abastecimiento desconocidas hasta ese momento.

Así las cosas, en 1965, una voz de timbre especial, con rasgos físicos manifiestamente acriollados, de altísima afinación y expresión poco conocida, transita el escenario de Cosquín. Esa personalidad se transforma en la voz femenina de mayor proyección con el correr de los años: Mercedes Sosa.

Desde sus comienzos, toma las banderas de un incipiente grupo de creadores literarios, que tienen como consigna la renovación de enfoques sobre el omnipresente tema de las desigualdades sociales, los autoritarismos y una poesía reivindicativa del proletariado.

Esta condición, más sus indudables condiciones interpretativas, le dan un perfil que la despega paulatinamente de los otros artistas.

Traía una copiosa experiencia de sacrificios y múltiples pruebas en modestos escenarios. Esta señora tucumana, de un largo afincamiento en Mendoza, por el año 1968 ya cosecha en Italia y Alemania los más grandes elogios.

Aparece «Mujeres argentinas”, en 1969, (Ariel Ramírez y Félix Luna) y el desafío que le impone la interpretación de los ocho personajes y sus diferentes ritmos. Le siguen otros grandes éxitos: «Mercedes Sosa interpreta a Yupanqui”, “Serenata para la tierra de uno», «Tengo un pueblo en mi voz», «En vivo en Europa», por ejemplo.

Estadios, teatros del mundo, participaciones estelares, films, etcétera: un engarce interminable que corona a quien, aun en la actualidad, ostenta en su arte una combinación irrepetible, la esencia más elocuente con una técnica perfecta.

Este segmento de la proyección folklórica fue identificado como «El Nuevo Cancionero», y allí se inscriben algunos otros artistas, iniciados en disciplinas más nativistas que progresistas, y muchos de ellos integrantes de conjuntos de nombre: Los Tres para el Folklore (Homer, Vértiz y Zeballos) ceden a Chito Zeballos (riojano). Los Huanca Hua habían incorporado a Marián Farías Gómez, que luego se convierte en solista. Un destino similar habrá de procurarse Daniel Toro que, entre las novedades que va produciendo con Ariel Petrocelli, y ya desprendido de Los Nombradores, idea varias páginas del tenor en boga («Cuando tenga la tierra», por ejemplo).

La muy eficaz presencia -según muchos, definitoria para la coloratura fronteriza- de César Isella es otro de los hombres que se suma a la creación («Te recuerdo, Amanda»).

Surgido de los programas de televisión de nuevos valores, un jovencito con una emisión abaratada va consolidándose como un artista con un futuro de prestigio: Víctor Heredia. Un clásico ejemplo de quien, iniciándose en los esquemas ortodoxos, busca paulatinamente una línea que va abandonando el tinte folk para ingresar en formas que le depararán mayor celebridad.

Es en Cosquín, cuándo no, que otro gran protagonista da el paso hacia su destino de canciones y afectos del público. Carlos Alberto Nieto, el salteño de Campamento Vespucio, bautizado como Chango Nieto para el arte.

Fue un 28 de enero o, mejor dicho, la mitad de un 29. Una platea completa que vitorea al ignoto bombista que, por temor e inexperiencia, la enfrenta con los ojos cerrados… y canta. Ovaciones, bises y la mención de estilo: “Revelación del Quinto Festival Nacional del Folklore».

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