Las canciones de la década

Resurgen por esta época con inmensa popularidad obras que contaban con muchos años de divulgación -«Zamba del pañuelo», «Guitarra de medianoche» o «La amanecida», por citar sólo algunos ejemplos y aparecen otras que emergen con fuerza inusitada: «Angélica» (1960); los ríos de Cholo Aguirre («Río de sueños», «Trasnochados espineles», «Río de ausencia», «Río de amor»); Don Polo Giménez ve convertirse en éxito su «Del tiempo i’mama»; Carlos Di Fulvio aquilata su prestigio de intérprete consagrando «Guitarrero», como au- tor; Los Fronterizos y sus onomatopéyicas que- nas convierten «El quiaqueño» en canción a cantar por todos, una obra de autor desconocido, atri- buida a Arsenio Aguirre («Guitarra trasnochada»). Vale recordar también el «Ky Chororo», de Anibal Sampayo. Y la fecunda tarea creadora de Ramón Ayala y sus testimonios mesopotámicos: «El cosechero», «El mensú», «Canto al Río Uruguay», etcétera.
Una perspectiva novedosa aparece con el Chango Rodríguez, autor e intérprete de «La patrulla», «Gaviota de puerto», «Mi luna cautiva», «Vidala de la copla», «Noches de Carnaval», «El Guajojo», «Camino del arenal» y otras.
A este vastísimo arco se le habrá de agregar un capítulo que, por la inclusión de metáforas y concepciones poéticas no verificadas todavía, fue bautizado como «El Nuevo Cancionero»: corren los años 1962 y 1963.
Uno de sus exponentes fue la dupla Daniel Toro-Ariel Petrocelli y el vehículo originario de sus producciones: el conjunto Los Nombradores, que albergó a Toro en sus inicios. De ahí que el lanzamiento de Daniel al mercado discográfico fuera como «Daniel Toro, El Nombrador». Las versiones de «El Antigal» (zamba), «Ay, carnaval» (vidala), «Para ir a buscarte» (zamba) y «Zamba en ti» constituyen el sostén básico del aprecio del
conjunto y la valía de los nuevos poetas-músicos, oriundos de Salta.
Simultáneamente, Hamlet Lima Quintana da a conocer la zamba «La amanecida», primer suceso de una larga nómina de originales ideas propias. El conjunto Los Indianos coloca a «La tempranera» con música de Carlos Guastavino- entre los temas de mayor impacto en sus actuaciones. Y Armando Tejada Gómez, mendocino, inyecta un gran impulso poético-romántico que no tarda en remontar alto vuelo gracias a Los Trovadores y a una tucumana que llega desde el Uruguay junto a Oscar Matus a la sazón, socio creativo de Tejada Gómez, y que enarbola con enorme éxito esta nueva poesía junto con los más clásicos temas criollos: se llama Mercedes Sosa.
Mencionar, de Armando Tejada Gómez, «Volveré siempre a San Juan», con música de Ariel Ramí- rez, equivale a relacionarla, en sentido poé 8/21 altura musical, a «Zamba para no morir» (1966, Hamlet Lima Quintana, con música de Norberto Ambros y A. Rosales.
Otra cita inolvidable son los grandes éxitos del conjunto Las Voces Blancas el más notorio quinteto mixto, con tres voces femeninas y dos masculinas, de 1966- como «Zamba azul» (Teja- da Gómez y Tito Francia) y «Triunfo de las Salinas Grandes» (Lima Quintana y Norberto Ambrós).
El paradigma de la obra creadora de Tejada Gómez es, sin duda, «Canción con todos», con música de César Isella, convertida en referente de América: una melodía afincada en todo el continente y que manifiesta la constante inspiración de abarcar el sentir de todos los pueblos, muy manifiesta en esta generación de poetas.
Esta etapa, que es la que logrará impregnar al acervo criollo de pensamientos cimentados en lecturas universales, dará espacio a músicos y arregladores que sin llegar a la transgresión desafiante, ensayan caminos alternativos.
Ariel Gravano, en «La música de proyección folklórica argentina», analiza el fenómeno por el cual alternan en los escenarios los cultores nativos con los más renombrados artistas internacionales:
“Ya no sorprende encontrar un artista ‘folklórico’ en un programa de radio o televisión, o en un espectáculo teatral donde actúen figuras de otros géneros o hasta internacionales. Es más, se los busca, y se les paga bien. La batalla por el status de la proyección folklórica provinciana ya ha sido ganada en forma indudable.”
Es que las capas medias y el proletariado urbano hacen de este repertorio algo definitivamente su- yo, propio. No captan, como es lógico, en forma automática dónde está lo auténtico y dónde lo falso, pero se embarcan en un proceso que lleva, hacia la terminación de la década, a 9/21 tuir un mercado apto para las grandes empresas grabadoras. Y lo que recibe el público durante estos años del post-boom es de lo mejor.
La corriente consolidación, rescatadora de lo esencial de nuestro folklore, constituye ya un movimiento sólido que, pese a no tener una configuración organizada y sectorizada, impregna estética y socialmente todo el panorama artístico argentino.
En los primeros cinco años (1965-1969) se vivifican las perspectivas más insospechadas en el campo de la aparición de nuevas figuras y nuevas obras. Se puede hablar de una renovación que nutre en forma incuestionable los pilares de una consolidación en los valores estéticos de la música popular argentina y su proceso de masificación. El sello dejado por esta época será indeleble.


