«Apenas tuve conciencia del gran éxito de mi pequeña pieza —escribirá Rachmaninov—
escribí una serie de diez Preludios, mi op. 23 y tuve la precaución de entregarla a un editor alemán. Esta segunda obra, reputada por el autor muy superior a la primera, no tuvo, sin embargo, gran suerte ante el público y el compositor comenta el hecho con sarcasmo: «¡Permanece abierto el interrogante sobre si el éxito de mi Preludio en do sostenido menor se debió a sus méritos intrínsecos o a la ausencia de derechos de autor!» El irónico comentario debido también al hecho de que el Preludio podría haber producido sumas fabulosas si se hubiera hecho el depósito correspondiente, no impide al autor sentirse lo bastante satisfecho como para incluir su página en el programa de una primera importante presentación pública en calidad de pianista. Es el 26 de septiembre de 1892; el concierto tiene lugar en Moscú en una sala de la Exposición de la Electricidad. La orquesta, dirigida por el checoslovaco Hlavac, acompaña a Rachmaninov en el primer movimiento del Concierto para piano y orquesta de Rubinstein; el concertista ejecuta solo, la Berceuse de Chopin, una Fantasía de Liszt sobre el Vals del Fausto de Gounod y su Preludio en do sostenido menor. El comentario periodístico es favorable pero sin particular entusiasmo: Rachmaninov es un buen pianista, pero carece ciertamente de dotes excepcionales. Tal juicio es compartido también por el artista que se haya entregado totalmente a la composición y no dispone de tiempo ni de voluntad para perfeccionar su técnica pianística.
Los conciertos significan tan sólo la oportunidad de presentar al público sus composiciones y éste demuestra con entusiasmo estar complacido. Pocos días después, en Kharkov, obtiene cierto éxito al ejecutar por primera vez las Cinco piezas del opera. 3. De regreso a Moscú, en su tranquilo aposento del hotel, satisfecho de su primer contacto con el público, Rachmaninov vuelve con ahínco a la composición. En poco tiempo proyecta un interesante Poema sinfónico sobre argumento de Lermontov, La roca op. 7; compone una Fantasía para dos pianos op. 5 dedicada a Tchaikovsky, formada por cuatro trozos, el último de los cuales, titulado Pascua es una página de sugestiva sonoridad por la imitación del sonido de las campanas. Todas estas composiciones acusan precisos motivos programáticos: se ubican en un tipo de música que procede del Liszt de los Poemas sinfónicos y se enlaza a la sensibilidad patética y al mundo sentimental de Tchaikovsky. Las relaciones de amistad con el ilustre compositor son siempre buenas y Tchaikovsky en toda oportunidad expresa su viva simpatía por el joven músico.


