Un preciado profesional

Francisco Sguera

Un preciado profesional

Chabrier, autodidacta provinciano, empleado estatal, sin el más modesto diploma de música, se halla de pronto incluido en el rango de compositor, convertido en un profesional muy estimado aún por sus flamantes colegas.

Su casa de la Rue Mosnier No 23, se transforma en el más brillante salón musical parisiense al que asisten algunas celebridades y sobre todo, jóvenes atraídos por la poderosa originalidad del artista. Entre estos jóvenes se cuenta el discípulo predilecto de César Franck, Henri Dupare quien está de regreso de Munich donde había asistido a la representación de Tristán e Isolda de Wagner, experiencia a la que no deja de referirse con entusiasmo.

Interesado, Chabrier resuelve en 1879 trasladarse a Munich con el fin de conocer el poema wagneriano del amor y de la muerte que lo conmueve y lo impresiona favorablemente.

De regreso a Francia, poseído de gran fervor musical hasta entonces desconocido, resuelve hacer abandono de su trabajo en el Ministerio del Interior y presenta su renuncia el 12 de noviembre de 1880 para entregarse por entero al culto wagneriano.

Es entonces animador de un círculo parisiense de fanáticos wagnerianos, el *Petit Bayreuth donde conoce al ya célebre director de orquesta Charles Lamoureux quien lo invita a participar en su asociación concertística (los “Nouveaux Concerts» que más tarde se denominará «Concerts Lamoureux» alcanzando gran resonancia europea), en calidad de director del coro y secretario óptima solución económica y a la vez continua oportunidad de ahondar en la música wagneriana ejecutada con frecuencia en los conciertos de la asociación. En 1885 Lamoureux con la colaboración de Chabrier ofrecerá la primera representación francesa de Tristán.

Es el momento de reanudación creativa en que nace la primera importante serie pianística de Chabrier, las Dix Piêces pittoresques publicadas por los editores parisienses Enoch y Costallat en 1881. Un pianismo fino, delicado, transparente a propósito de estas piezas Franck aludió a un parentesco con los clavecinistas franceses del siglo XVIII al servicio de una inspiración variada y a menudo, original. Algunas de estas páginas orquestales originan la Suite Pastorale. Pero entre tanto la exaltación wagneriana, tan providencial para la definitiva adhesión de Chabrier a la música pero tan peligrosa para el espontáneo desarrollo de su personalidad, se resuelve y se concreta en una importante Ópera con libreto de Catulle Mendes, Gwendoline, presentada parcialmente en 1884 y en su integridad en 1886.

Wagner está presente en todos los momentos de la partitura pero más en el modo de encarar el tema y en la arquitectura general que en el len-guaje: la instrumentación luminosa y destellante, las continuas contraposiciones de suavidad y de violencia, el abandono melódico de ciertas ideas, son aspectos típicos de la personalidad de Chabrier. En efecto, la pasión wagneriana si permanece como una constante del Chabrier que escucha música, ha sido ya superada en lo que respecta al compositor por una nueva e igualmente inflamada experiencia: su viaje por España, deseado tal vez desde la época de las lecciones de Zaporta, pero que sólo pudo realizar durante el verano de 1882. Son cuatro meses de fecundos descubrimientos, de nuevos estímulos para la vida de Chabrier y no sólo porque le sugieren su obra maestra sino porque contribuyen a emanciparse de aquella admiración incondicional por Wagner que habría podido desviar negativamente su más genuina naturaleza.

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