Un Hombre que se hizo por sí solo, 2da Parte

Francisco Sguera

Un Hombre que se hizo por sí solo, 2da Parte

George Gershwin se encaminó hacia la conquista de la canción americana desde el más bajo peldaño de la larga escalera, desde el empleo más modesto en la interminable e incierta jerarquía. En poquísimos años el joven, procedente de los slums de Brooklyn d pianista mitad ruso y mitad hebreo, se transformó en el rey indiscutible de Tin Pan Alley, en el amo de la calle 28, en el dictador de todo el gran mercado de la canción.Gracias a las referencias de la crónica y las memorias de sus amigos es fácil imaginar un retrato bastante definido y posiblemente fiel del afortunado autor de Porgy and Bess Sabemos de su ambición de su vanidad, del amor que sentía por su madre y su hermano, de sus inhibi ciones sentimentales, de su melancolía, de su profundo y atormentado egoísmo. Conocemos las múltiples debilidades de su carácter y su amor inmenso por la música y la pintura.

Pocos rasgos de la personalidad de George Gershwin llegan a despertar simpatía en las relaciones humanas y sin embargo, cuando de California llegó la noticia de su muerte, el 11 de julio de 1937, el país entero se sintió dolorosamente sorprendido y toda la red radiofónica de los Estados Unidos suspendió sus programas para difundir, desde Nueva York, un memorial dedicado al desaparecido con la participación de los nombres más ilustres de Broadway y de Hollywood. 

Si grande fue el dolor de aquellos que habían conocido personalmente a George Gershwin, mayor aún fue el del pueblo que no conocía de él más que el aspecto mejor: su música. El 15 de julio se realizó el oficio fúnebre en el templo hebreo Emmanuel de Nueva York. Millares de personas se amontonaron aquel día en las calles adyacentes a la sinagoga para ver pasar, cubierto de flores. el féretro del ídolo y centenares de ellas fueron hospitalizadas, contusas y heridas por los látigos y los cascos de la polilla a caballo. Mientras el órgano gi curaba Traumerei, el rabino Stephen S. Wist pronunció con voz conmovida el elogio fúnebre. Entre lo mucho que en aquellos días se escribió acerca de George Gershwin y de su música, nada alcanzar más allá de la inevitable retórica de todo juicio de ocasión, la simple verdad de estas palabras Fue un músico popular que supo descubrir en la música humilde y pobre de nuestras ciudades y de nuestros campos. El camino del arte. Por el habla América, sus canciones son la voz viva del pueblo entero»

Al referirse un dia a su vida y su carrera Gershwin confesó a un amigo periodista que su aspiración era la música sería, su gran sueño, llegar a ser un auténtico músico y no tan sólo un brillante y afortunado song univer. Pero tal vez sin la ayuda de aquel buen músico y genial hombre de negocios que fue Paul Whiteman, George Gershwin no habría alcanzado a realizar lo que ambicionaba. La Rapsodio Sn Blue» nació, en efecto, a causa de una pequeña e inocente broma del popular band leader quien anunció en los periódicos y en los carteles como número central de un concierto de jazz en el aristocrático Acolian Hall la extraordinar a novedad de un Poema sinfónico de George Gershwin. Al principio el músico trató de oponerse, luego se resignó y finalmente se entregó al trabajo casi forzado con febril entusiasmo. En sólo tres semanas Rapsodia estuvo escrita y el 12 de febrero de 1924 en el

Acolian Hall, triunfo entre el público y la crítica. El noble intento sinfónico de George Gershwin no hace sino concretar la más secreta aspiración de toda la música ligera norteamericana de nuestro siglo adquirir una forma exterior de dignidad capaz de resistir decorosamente el parangón con la gran tradición docta del Viejo Mundo. Además la historia del jazz, de los días de Nueva Orleans a los de Chicago, del concierto de Benny Goodman en el Carnegie Hall y de las ingeniosas experiencias innovadoras de Stan Kenton, de Ellington a la última vanguardia ¿no vive bajo el signo de este esfuerzo y de esta nostalgia?

Su gran preocupación fue salvar los valores expresivos del melos popular norteamericano de las contaminaciones vulgares, «redimir» al jazz de las hosterías, de los burdeles, de las salas de baile, de las calles donde había nacido y donde transcurre libre su existencia. Y esta noble preocupación marcó justamente los límites de su fracaso: Gershwin no advirtió que «redimir» al jazz significaba mortificarlo y ultimarlo, que «‘salvar» los Blues equivalía a arrebatarle su sangre y su color, que esta música novísima, nacida en un ambiente popular, había recibido, exactamente de las calles, de las hosterías y las salas de baile su primera razón de existir. El jazz rechazó así la mano que le tendía Gershwin y continuó por su senda llegando con sus propias fuerzas y sin necesidad de ningún revestimiento a imponerse al respeto y a la atención del mundo. Debe tenerse presente que en realidad Gershwin no conoció más que limitada y superficialmente el verdadero jazz de su tiempo. Como la mayoría de los norteamericanos de los años veinte y treinta, consideró verdadero

Jazz las divulgaciones de Paul Whiteman ignorando la música de Ellington, de Armstrong y de todos los otros auténticos músicos del jazz negro.

Es necesario, además, recordar que el problema de incluir al jazz en la tradición culta, de aprovechar esta música para la fervorosa búsqueda y renovación del lenguaje musical del siglo XX, no fue privativo de Gershwin aunque el compositor norteamericano lo encaró de modo distinto, según una manera creativa diferente de la de Milhaud, Stravinsky, Ravel, Krenek y Hindemith, Pero es justo recordar que si Gershwin no alcanzó el objetivo, quizás imposible, de unir el jazz a la tradición culta occidental, tampoco los demás compositores que se empeñaron en hacerlo con diversa determinación lograron resultados apreciables. En síntesis, es preciso reconocer que la influencia de la música seria sobre el jazz ha sido mucho más poderosa que la del jazz sobre ella.

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