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Héctor Berlioz en su Gran Tratado de Instrumentación y Orquestación, al referirse a la página del Orfeo que Chich en 1762 dedica a la «Maula», reconoce en el instrumento una particular expansión y una aptitud para transmitir los sentimientos, tan bien como ningún otro instrumento. Al tratarse, por ejemplo, de dar a una melodía un acento desgarrador, a pesar de ser humilde y resonante, los débiles sonidos del registro medio de la flauta no dejarán de producir los matices necesarios, especialmente en las tonalidades de do menor y re menor. Gluck es, a mi parecer, el único maestro que ha sabido obtener gran provecho de este pálido colorido. Al escuchar el instrumental de la pantomima en re menor en la escena de los Campos Elíseos de Orfeo, se advertirá inmediatamente que tan sólo a la flauta puede convenir esa melodía. Un oboe hubiera sido demasiado pueril y su voz no es lo suficientemente pura; el corno inglés es demasiado grave, la viola, el violonchelo solos o en conjunto tampoco se adaptan a la expresión del sublime lamento de una sombra sufriente que ha perdido toda esperanza. Se requería precisamente el instrumento escogido por el autor. La melodía de Gluck está concebida en tal forma que la flauta se presta a todas las inquietas agitaciones de este dolor eterno, marcado con el acento de todas las pasiones que afectan la vida terrenal. Al principio no es más que una voz apenas perceptible, temerosa de ser escuchada, luego gime tímidamente, se eleva a la altura del reproche, del dolor intenso, al grito de un corazón lacerado por incurables heridas para caer finalmente, poco a poco, en el lamento, en el gemido y la queja de un alma resignada. ¡Qué poeta!


