Aerófonos

Existen un par de silbatos reconocidos en la zona chaqueña a los que se les atribuye usos de comunicación o, a veces, de caza.
En ocasiones han sido utilizados para ejecutar música en forma casi elemental, ya que son piezas sin «aeroducto», con un solo agujero para soplar.
Hay chiriguanos y pilagas; rectangulares y esféricos.
La pifilka es un silbato mapuche utilizado en «bandas» (un grupo de ejecutantes), previamente a la delimitación del lugar donde habrá de desarrollarse el Nguillatún.
Consiste en una flauta de madera tallada, de no más de 20 o 30 centímetros, con una sola perforación y sin orificios laterales: en la actualidad un simple tubo de caña es el que reemplaza a las maderas antes descriptas.
La variedad entre flautas utilizadas por matacos, mocovíes, chanás y chiriguanos está dada por sus tamaños, a veces sus aberturas o embocaduras y/o el material con que se construyen: madera, caña o huesos.
Algunas, como el kanojí (mataco), eran aplicados, por ejemplo, en las ceremonias por el shaman en sesiones especiales donde renovaba sus «poderes».
Consiste en un fémur de cigüeña, cuyo tubo natural es taponado con arcilla, próximo al orificio por donde se sopla, de manera de permitir que el aire circule por el canal (más delgado) y genere sonidos.
El pinkullo es muy reconocido en la zona andina de Bolivia, y fue adoptado por los chiriguanos: de amplio uso en las ceremonias del carnaval, es el más generoso de los aerófonos hasta ahora descriptos, pues consiste en un tubo (caña) con seis orificios para digitación ejecución de notas musicales con un extremo tapado y un corte, próximo a la embocadura (brisel) que genera mayores recursos sonoros.
La curiosidad consiste en un pequeño tubo (cañita con un corte bisel) sujetado con hilo a la caña principal, que permite al ejecutante moverlo para que suene, o no, simultáneamente.
La trompeta mapuche o trutruka, al igual que el erke (del Noroeste), es de gran longitud.
Las ceremonias rituales lo encuentran en ejecución junto al kultrún, teniendo un método de construcción sumamente original, que no equivale a la sonoridad, pues su prestación es básica pero de singular amplificación.
A partir de un tallo de colligüe o cohigüe, de entre 2 y 4 metros de longitud, se lo abre en dos par- tes para extraer la pulpa; luego se unen las mitades con ataduras y se lo envaina con tripa fresca de oveja o caballo, fijando en un extremo un cuerno vacuno que actuará como resonador.
Los instrumentos «criollos»

En principio deberíamos establecer claramente el concepto abarcativo de «lo criollo» a que nos referimos.
Las acepciones más eruditas definen de esa manera a todo aquello que nació en cualquier parte del mundo de padres europeos; otros prefieren referirse a los americanos descendientes de europeos; y no faltan los que remarcan su aplicación a las cosas o costumbres propias de los países americanos.
Nadie ignora, por ejemplo, que la más acertada definición del dulce de leche es que se trata de un «manjar criollo»: y, al definirlo así, se está hablando de una creación nativa y una distinción argentina.
Así las cosas, entre lo que existía y lo que llega se produce una fusión.
En ocasiones se expresan verdaderas transculturaciones y, en otras, quedan intactos los instrumentos a lo largo de los siglos.
La clasificación en cuatro tipos por la forma en que producen sonido es similar a la ya utilizada para los instrumentos indígenas: los idiófonos rígidos, por vibración de su material, los membranófonos parches sujetos a cajas, los cordófonos cuerdas tensadas que vibran- y los aerófonos aire por soplido o libre contra lengüetas-.
Aparte del mundo de padres europeos, otros prefieren referirse a los americanos descendientes de europeos, y no faltan los que remarcan su aplicación a las cosas o costumbres propias de los países americanos.
Nadie ignora, por ejemplo, que la más acertada definición del dulce de leche es que se trata de un «manjar criollo» y, al definirlo así, se está hablando de una creación nativa y una distinción argentina.


