
La Fantasía bética, una de las más importantes obras pianísticas de De Falla (bautizada en Nueva York por Arthur Rubinstein) reúne, como lo advierte el historiador Adolfo Salazar
las características de los dos ballets inmediatamente precedentes en cuanto a musicalidad andaluza (bética deriva del nombre de la antigua provincia romana correspondiente a Andalucía, Bactica). La técnica de la guitarra se traslada aquí a un pianismo fragmentario y percusivo, de nítidas sonoridades expuestas como por acordes arrancados de un instrumento río precisamente melódico, en este sentido el músico declaraba: “Me parece necesario volver a las fuentes naturales y vivas sonoridad y ritmo y utilizarlas en su esencia, no en su apariencia”. Este nuevo timbre pianístico que reproduce el tratamiento orquestal de La vida breve a El amor brujo hacia una purificación casi ritual de la sonoridad, evoca no ya a Debussy sitio más bien a Ravel y Strawinsky, precediendo a la recuperación clavecinista del Concierto y cobrando forma, por lo tanto en el gusto neoclásico europeo. Como lo expresa Milá, en esta etapa de recuperación de la antigua tradición musical española, cambia también el paisaje. De Falla abandona el exuberante folklore andaluz de los ballets por una manera más disciplinada, severa y hasta ascética. Compuesta en Madrid poco antes de su traslado a Granada, la Fantasía bética representa el adiós a su tierra natal. Pero la emigración exterior del hombre otra vez denuncia la interior, puntualmente cumplida por el artista según una dirección netamente opuesta. Esto significa, como ya se aludió anteriormente, que la música era para De Falla una operación de la memoria, una reflexión. Nada más sincero y plausible entonces que la impresión inmediata expresada por el músico a su regreso a Granadas el jardín del Generalife no le parecía en su realidad tan hermoso como lo veía en su recuerdo cuando componta en París sus Noches en los jardines de España La Fantasía bético es un poema duro rudo y áspera, es una música desnuda y trágica apenas interrumpida por un tranquilo y reflexivo intermedio cantabile derivado del cante jondo. Pero todo su arcaísmo casi místico, no requerido por ninguna manera cultural determinada, significa el reencuentro del antiguo espíritu de la España romana, significa la adquisición del nuevo espíritu popular ibérico. Esta es una verdad que encuentra y fija para siempre el carácter de la música popular destruyendo toda vieja y cara ilustración, toda concesión decorativa, todo estímulo sentimental como lo hace cada gran artista moderno de España como Goya, Picasso o Garcia Lorca, todos ellos implacables.


