Exotismo y formalismo

Exotismo y formalismo

Hemos llegado aquí a la culminación de la grandeza estilística de Saint-Saens caracterizada por la singular combinación de observancia de la forma, de estructura cíclica (afín a la concepción de Franck), de evasión exótica y de ambiente de salón. En lo que respecta al «exotismo» 3, elemento tipicamente frances (recordemos el iberismo de Bizet, Lalo y Chabrier), es indudable su influencia en la exolución del lenguaje musi cal, aunque en Saint-Saens a diferencra de Debussy y Ravel, más inno-vadores, permanece esencialmente como un toque de color local, detrás de aquella extravagancia turisdea que lo llevaba a anotar en el puño blanco de la camisa (escribe Casipi) toda melodia árabe, afri-cana, antillana u oriental que se le presentara. Pero Saint-Saens no se limitaba a estas proposiciones esencialmente evasivas dado que en él existe una sustancial adhesión formal (vi también algo académica) al Romanticismo aleman He aquí que el Saint-Sacos de la última época se siente animado, en parte por la misma política francesa, a pronunciar el

veto contra el anteriormente admirado Wasner incitando de este modo a las nuevas corrientes de la música francesa a ubicarse justamente bajo las banderas de Bayreuth En suma, la proposición del innovador.

Saint-Saens se convertía de golpe en conservadora pero por un motivo social más que estético. En concreto, este músico que se decía trance, aunque formado en el estudio de los clásicos no menos que de Mendel. ssohn y parcialmente de Schumann de Liszt, este prodigioso arquitecto de los sonidos (como lo llama Roland Manuel), encarnaba en su rica producción todas las buenas virtudes propias de aquel prado contor mismo aún no decaído después de la época de Luis Felipe y de Napoleón II. Todos estos eran factores que unidos al gusto por la historia y a la propensión hacia lo pintoresco, pueden acercar a Saint-Saens a un escritor como Taine o a pintores nostálgicos del pasado como Fantio-Latour.

Las Sinfonías, los Conciertos todo el nutrido repertorio de cámara de Saint Saens se configuran corag creaciones admirables para un ideal museo de las formas donde justamante el magisterio de este impecable músico, lograba la suerte que la posteridad depara a los grandes académicos, respetados honrados pero no admirados ni tratados con simpatía y atención.

Sin embargo, al formalismo ejemplar de este «père» de la música francesa se dirigió como se ha observado también Ravel y no sólo por esta descendencia tan ilustre es oportuno rescatar mucho de la producción de Saint-Saens que ha servido ciertamente a la evolución del gusto musical francés. Además del tono pintoresco y cierto estímulo del exotismo que indudablemente le facilita una actualización de la armonía, se atribuyen a Saint-Saens otros aportes importantes. En el ámbito orquestal, Saint-Saens aplica la concepción cíclica que Lisa había realizado en sus Poemas sinfónicos como se advierte en su Cuarto Concierto para piano, en el Primero para violoncelo y aun en su Tercera Sinfonía. Además: su pianismo aúna el gusto del virtuosismo lituana y una recuperación de acentos neoclásicos que implican también un enlace con aque la tradición de Rameau y de Couperin que sería experiencia de capital importancia para la individualización estilística de Fauré y Ravel.

En efecto, su úluma producción encierra la voluntad de crear una suerte de Neoclasicismo que contrasta con la estérica simbolista que tendía a expresar imágenes en la música como acontedia en la experiencia impres sionista. Por ello su conciencia clasista y parnasiana presagia la producción camerística de Debusss /Cuarteto) v de Ravel (Cuarteto, Trio

Conciertos para piano) pero presagia aún más el escueto y luminoso rigor antisentimental de ciertos exponentes del Grupo de los Seis (sobre todo Poulenc y Milhaud), como se puede notar, por ejemplo, en las tardías pero frescas Sonatas para oboe, clarinete y fagot escritas en 1921 al término de su larga y fecundisima existencia.

Arriesgado viajero, no menos incansable divulgador del arte francês, Saint-Saens muere en Argel el 16 de diciembre de 1921 y es elogiado (como sólo sucedió con Strauss después de él) como uno de los más insignes sobrevivientes de la gran tradición del siglo XIX.

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