España

Francisco Sguera

España

El contacto con las melodías pero especialmente con los ritos de la tierra hispánica, no se produce bajo el signo vacuo y superficial de un turismo de ocasión. En las muchas cartas que desde España envía a su amigo Eduard Moulle músico, profundo conocedor del folklore

Chabrier aun demostrando someterse profundamente al encanto algo epidérmico del españolismo, observa atentamente, anota con gran precisión de detalles todo lo que puede interesar a su oído de músico.

Las danzas no son tan sólo un espectáculo para gozar con todos los sentidos, sino un venero de soluciones rítmicas tan geniales que justifican un estudio cuidadoso. Del Tango a la Habanera, de la Sevillana a la Jota, a la Malagueña, todo es motivo de minuciosas observaciones que sin embargo no se convierten en árida reconstrucción arqueológica» porque Cabrier es siempre sensible al encanto del ejecutante, al valor de la improvisación, a aquellas exclamaciones excitantes ¡Anda! ¡Anda! Hola Salud! ¡El resto es la Mariquita! ¡ Anda! ¡Consuelo! /Olé, Carmen! ¡Qué gracia, qué elegancia!» que prestan extraordinaria vitalidad a los bailarines, todo esto es vertiginoso, inenarrable.

Esa experiencia se derrama íntegramente con acentos de una originalidad que aún hoy subyuga y estimula en la Rapsodia orquestal España, rutilante de colores y de ritmos, incomparable en la audaz y sabrosa orquestación. En la partitura de España que concibe desde los primeros días de su estada española pero que después medita y retoca largamente durante todo el año siguiente, Chabrier tamiza en gran medida el entusiasmo más colorido y superficial por los ritmos y las melodías escuchadas en la península: no es un estudio intenso ni una indagación atenta del alma española, sino una rutilante fotografía en colores, una impresión rapidísima y brillante. La vitalidad de esta página arrebatadora, su valor residen en la extraordinaria capacidad de síntesis del músico que con sutil maestría ha sabido recoger infinitos fragmentos de luces y colores españoles (melodías pero sobre todo ritmos, timbres) y les ha dado en su bien estructurada construcción sinfónica una nueva razón de vida. La Jota y la Malagueña se funden en una danza vertiginosa, con destellos y contrastes cuyo deslumbrante colorido orquestal produce un encanto desconocido. Conviene escuchar con atención esta orquesta: en un momento en que al académico palimento de un Saint-Saëns sé contrapone el delicado colorismo de un Lado o al empaste sonoro de un Franck, Chabrier no titubea en acudir a todos los artificios, los más imprevisibles y grotescos y a una pirotecnia de hallazgos que revelan su espiritual afinidad con el mundo de la Opereta. Es éste un ejemplo que será seguido con atención y reconocimiento por muchos músicos franceses: Dukas, D’Indy, el primer Debussy, el Ravel de algunas páginas, por los músicos del Grupo de los Seis, por algunos italianos, como Casella y por Stravinsky.

Otra de las composiciones inspiradas por España es la breve Habanera. Fue compuesta en octubre de 1885 para piano y llevada a la orquesta. Se trata de una danza de origen cubano que presenta cierto parentesco con el Tango. Chabrier realiza en esta obra una de aquellas preciosas fusiones con la música ligera que tendrán tantos continuadores en Francia durante la primera parte del siglo XX

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