El corno llega a ser un instrumento típico del Barroco; Vivaldi lo emplea como solista, Bach hace dialogar dos cornos en el Primer Concierto brandeburgués y Haendel lo utiliza en sus brillantes fanfarrias de la Música acuática. En las Cantatas Nros. 67 y 162, Bach había usado también un «corno da tirarsi’* (especie de instrumento a coulisse semejante al trombón) que podía dar también los semitonos al prolongar la sección del tubo debajo de la boquilla. Pero sólo a mediados del siglo XVIII el bohemio Hampel logró modificar la altura de los sonidos obturando con la mano, completa o parcialmente, el pabellón del instrumento en forma de cáliz, obteniendo así con la alternancia de los sonidos «cerrados»* y de los sonidos «abiertos» una gama de intervalos menos incompleta.
Está es una manera aún corriente, como saben todos los asiduos a los conciertos pero el descubrimiento de Hampel no se limitó a esta simple comprobación pues fue el inventor de los tubos de recambio o sea de trozos de tubo de diversa longitud que se aplican al instrumento; con este tipo de corno denominado «Inventions Horn» obtuvo toda la escala cromática.
El sistema de los tubos de recambio y la aplicación de la mano cerrada en el pabellón hicieron que el corno llegará a ser un instrumento muy usado hasta el comienzo del siglo XIX, aunque su emisión de sonido era frecuentemente imprecisa y hasta ardua como lo revela un cáustico comentario de Mozart que reproduciremos más adelante.
A pesar de su imperfección que daba origen a frecuentes desafinaciones, el corno era un instrumento de timbre tan atrayente (y pronto indispón sable para el empaste del grupo de las maderas y el de los metales ya incluidos en el conjunto orquestal), que poquísimos compositores renunciaron a su empleo. En efecto, al promediar el siglo XVIII, en muchas Sinfonías la orquesta estaba compuesta por dos oboes y dos cornos, además de los arcos.


