El siglo XIX y el XX

Francisco Sguera

El siglo XIX y el XX

El siglo pasado es exactamente el siglo oscuro de la mandolina: su misma sonoridad la condena a un silencio injustificado. La excepción es como de costumbre la típica imagen pastoral o de pescadores como en el caso de Otello de Verdi; expresan el homenaje a Desdémona cuatro mandolinas y cuatro guitarras que se mezclan, en los teatros, (frecuentemente con escaso éxito) a un apoyo tal vez demasiado sonoro de la orquesta. Así Berlioz, como hábil orquestador, encontró ubicación para todos los instrumentos, cada uno en su volumen, aunque solo fuera demostrando que los sabía utilizar en su momento y lugar. Hacia fines del siglo tendió a mejorar la suerte cuando Mahler en la Séptima y Octava Sinfonía usó la mandolina aunque todavía con intención colorista, pero dándole un papel algo mejor que el de las breves apariciones realizadas hasta entonces.

Posiblemente ante la decadencia d ela gran orquesta resurgen los instrumentos de cuerdas punteadas: la inquietud por destruir definitivamente las sonoridades wagnerianas y mahlerianas y su consiguiente gigantismo lleva a la busqueda de timbres insolitos y escasamente usados; la idea de reunir tantas pequeñas manchas de color esta avamzado fatigosamente tambien en musica. Encontramos un ejemplo de ello en la Serenata op. 24 de Arnold Schoenberg compuesta para clarinete, clarinete bajo, mandolina, guitarra, violín, viola, violoncelo y barítono; tampoco falta en este autor la mandolina como acompañante de un coro (Der Wunsch des Liebhabers) unida una vez más al clarinete, violín y violoncelo: el sonido estridente obtenido con el «pizzicato» del prectro es profundamente diferente del que se obtiene con los dedos del violinista, mucho más velado, cálido, menos irritante. Otros ejemplos preciosos aparecen también en las Óperas: por una parte del intento evocativo de Ermanno Wolf-Ferrari con Le donne curiose y I gioielli della Madonna en las cuales la mandolina retorna como instrumento veneciano y casi vivaldiano; al repasar el siglo de Goldoni no es posible dejar de advertir una música tan agradable y considera popular, como por otra parte le ocurre también a Alfredo Casella, entregado a la evocación de tiempos pasados en El convento veneciano. Y la música de esta ciudad se enriquece con el convento veneciano. Y la música de esta ciudad se enriquece con el Concierto para violín (1969( con guitarras y mandolinas a falta de laúdes, obra de Bruno Maderna. Armando Gentlucci dice de él: «Difiere Moderna de los compañeros del viaje darmstadtio… en el anhelo de cada experiencia referente a la novedad de sonido… unido, sin embargo, a un constante recuerdo de la música del pasado».

Hablando de nuestro tiempos no podemos silenciar a otros dos compositores contemporáneos, Norbert Sprongl y Hans Gál, ambos austriacos que demuestran con sus muchas composiciones para mandolina, la vigencia de este instrumento en la tierra de Hoffmann y Hummel.