Este Concierto, página de excepcionales dificultades para lucimiento de muchos pianistas, debe ser analizado teniendo siempre en cuenta las características del gran pianista-compositor.
Rachmaninov está aquí empeñado en una construcción que no aspira tanto a una completa autonomía musical como a evidenciar las posibilidades del ejecutante y en ese sentido, el material que le brinda es de primer orden.
La composición, en su conjunto, resulta más bien episódica. Su temática tiende a una suerte de pletórico discurso al que contribuye el hábil uso de la modulación* sin, por otra parte, dar lugar a verdaderos y auténticos desarrollos; en el diálogo entre piano y orquesta el papel de ésta se reduce casi siempre al de simple acompañamiento o bien se contrapone al instrumento solista en un juego de contrastes sabiamente dosificados. A veces, del tejido orquestal afloran largas frases melódicas confiadas a éste o aquel grupo instrumental que son luego retomadas por el piano en audaces amplificaciones técnicas. Típica de este Concierto, como de la mayor parte de la producción de Rachmaninov, es la inspiración de carácter patético resuelta en términos de un sinfonismo posromántico de escritura densa, no pocas veces pletórica pero sin duda sugestiva que enlaza este compositor a Tchaikovsky, cuya actitud frente al material musical ruso también asume Rachmaninov. Es una actitud de casi total indiferencia, a menudo polémica con respecto a Mussorgsky, aunque en ciertas efusiones líricas, en ciertos giros armónicos, revive obstinadamente algo de la tierra rusa.
Después de una sombría introducción pianística -acordes repetidos del pianissimo al fortissimo– la orquesta anuncia la abierta expansión del primer tema (violín y clarinete) que significativamente debe ser subrayado con passione; el tema —mientras el piano acompaña con rápidos dibujos de arpegios — es luego continuado por los violonchelos a los que se unen todos los arcos en una intensa frase. En el apogeo la orquesta calla y entra el piano para exponer el segundo tema, con su característica línea expresiva. En este episodio el violoncelo también deja oír su voz velada (el timbre abaritonado de este instrumento es a menudo usado en el primer movimiento del Segundo Concierto) mientras más adelante la orquesta repite nuevamente la apasionada frase del primer tema. Un episodio de desarrollo comienza cuando el primer tema se une a un motivo vigorosamente rítmico que aparece en los bajos, motivo que es pronto retomado en función melódica por el piano. Pero es, sobre todo, la parte final del primer tema, con su dibujo insistente, la que se repite con valores reducidos a la mitad: motivó que el piano, asumiendo cada vez más un carácter percusivo, hace suyo con gran compromiso virtuosista. Al término de este complejo episodio comienza el Maestoso (Alla marcia) que puede ser considerado en la medida de una reexposición. El primer tema, poderosamente entonado por los arcos en octava es contrapuesto con feliz efecto al motivo rítmico del piano, empeñado al máximo en sus recursos sonoros.


