«Conciertos para Mandolina»

Francisco Sguera

«Conciertos para Mandolina»

En el Concierto en sol mayor de Johann Nepomuk Hummuel reaparece la clásica forma del siglo XVIII. El comienzo del primer tiempo (Allegro moderato e grazioso) corresponde a toda la orquesta con un ritmo punteado atrayente y cautivador: los arcos, las flautas y los cornos puntillado atrayente y cautivador: los arcos, las flautas y los cornos preparan la entrada de la mandolina que se presenta puntualmente después de la enunciación del tema para retomarlo, exponerlo y enriquecerlo con sus vuelos virtuosismos.

Los tranquilos tresillos en modo menor de la segunda variación, introducen un momento reflexivo, serio y con veleidades melancólicas: tal vez el autor ha recordado aquí el modo mozartiano de conducir el movimiento pues la composición desemboca en un nuevo dualismo solista-orquesta en el que no rivalizan, sino que se complementan. La mandolina completa con sus pasajes brillantes las tímidas exposiciones de los arcos, alentada y sostenida por los tutti orquestales. En las rápidas escalas y arpegios, la melodía se percibe con nitidez aunque esté hábilmente disfrazada; la repetición del tema inicial, primero por la mandolina y sucesivamente por toda la orquesta, resuelve y concluye el primer movimiento.

Sobre un suavísimo «pizzicato» de los arcos que inicia el segundo tiempo (Andante con variaciones) la mandolina expone brevemente su tema, imitando en seguida por los violines y las violas y retomado por el solista para la conclusión; la primera variación se vale de una serie de valores semicorcheas repetidas que contribuyen a variar rítmicamente el tema, mientras en la segunda se prefiere aprovechar el paso a la tonalidad del relativo menos; los rápidos grupos de cuatro notas de la tercera variación llevan a la conclusión del segundo tiempo entre comentarios de la orquesta en mezzoforte.

El tercer movimiento es un clásico Rondo en 69; el júbilo de la danza que atraía a la Viena de fines del siglo XVIII encuentra aquí un desahogo natural. Como es habitual, en el centro del trozo, la Cadencia de la mandolina expresa sintética pero expresivamente toda su presunta importancia. Da la impresión de encontrarse frente a algo aparentemente serio: un Scherzo, un juego agradable en el que la misma técnica compositiva está expuesta a la burla.

¿Cómo no recordar las imponentes Cadencias, las auténticas cascadas de notas de los compositores de la época? La mandolina con su penetrante y simpático timbre, exento de cuerpo, sin espesor, podría muy bien ser comparada a un carillón.

Resulta claro ahora por qué Mozart la ha usado repetidamente el espíritu del tiempo, la típica actitud alegre con que se iba al encuentro de la reforma napoleónica sin advertirlo, encontraba en estas «novedades» los fines para nuevas diversiones, para sonreír aun; ¿como no pensar en la glasharmonika, en el juego de las copas de cristal? Hummel en esto no se separa de la tradición a pesar de que sus límites cronológicos son mucho más amplios que los mozartianos y, sin ningún contraste, sin ninguna sorpresa, el trozo prosigue tranquilamente hacia la conclusión. También en el Concierto de Hoffmann el tema es introducido por los arcos: los múltiples adornos en los primeros violines sirven para evocar un espíritu ligero, también sugerido por el «pizzicato» de apoyo. Emergen las sonoridades penetrantes pero discretas de los oboes que sustituyen a las flautas en la orquesta; el tema principal es expuesto una vez más por el solista, enriquecido con escalas, arpegios ascendentes y los infaltables trinos, cuyo efecto debía resultar, también entonces, inusitado. Asimismo, el contraste entre los grupos de dos o tres notas hace interesante la frase, enriquecida por frecuentes preciosismos sobre las cuerdas dobles, en un uso del instrumento evidentemente insólito y destinado a un experto ejecutante.

El movimiento concluye palidamente, con el habitual repetirse del solista a expensas de una orquesta cuyo papel parece ser solo de sostén (modesto, por lo demás) y que ha renunciado también a aquel brío rico de promesas de la Viena de entonces.

Notablemente superior resulta el segundo movimiento, el Adagio cuyo tema expuesto por los arcos es retomado después de poco compases por la mandolina; el autor, probado concertista, al advertir perfectamente las limitadas posibilidades de persistencia del sonido, fragmentada la línea melódica en pequeña secciones contribuyendo a mantener viva la atención del oyente sobre la melodía. El uso de las notas dobles es evidentemente caro al compositor, pues aparecen también aquí y ahora con un efecto bastante agradable. Un breve arpegio pone fin al Adagio.

Una hermosa sorpresa nos aguarda en el tercer tiempo, el Rondó cautivador: el comienzo está dedicado a la mandolina cuyo motivo se une al «pizzicato» de los arcos. Un motivo interesante es dado por la aparición (¡finalmente!) de un elemento diferente, de contraste: la tonalidad menor, sobre la que están construidos otros dos episodios, ofrece su razón de ser a los retornos constantes del tema, repetido y retomado después de una breve Cadencia.